Huérfanos
A través de la ventana, a varias cuadras, se ve el Edificio. Es altísimo: cuatro tremendas paredes verticales sin ventanas. A excepción de una pequeña ventana iluminada ubicada a la altura del piso 13, está completamente vacío por dentro: es sólo una enorme torre hueca.
En su interior habita un niño de unos 7 años, vestido con sólo con short y polera. Sus ojos se pasean escrutando en la oscuridad. Sus manos recorren los muros tocando las filtraciones de agua, los pliegues del cemento, encontrando pequeños insectos. Arrastra los pies al caminar, escuchando a los lejos los ruidos y vibraciones provenientes de lugares que jamás encuentra. Invariablemente termina por llegar a lo que adivina son las puertas metálicas de un ascensor estancado. Espera que su padre, encerrado en la única oficina, termine de trabajar. Tiene el recuerdo remoto de la instrucción de esperarlo hasta que baje. Cuando el cansancio lo vence, el niño se queda quieto, recostado contra las puertas del ascensor. Con los ojos semicerrados, por momentos olvida el Edificio. Al despertar, recupera inmediatamente su única certeza: está esperando a su padre. Transcurre así un largo tiempo, espeso e igual, sin día ni noche. De tanto recorrer los muros, se ha aprendido cada textura y sus dedos dibujan una rutina táctil, que termina por repetir una y otra vez, hasta llegar al hermético ascensor donde se deja caer. De pronto, se abren las puertas y su cuerpo entumecido cae dentro de un espacio iluminado. Las paredes son plateadas y en un panel se ven botones del -7 al 77. Sobresaltado, se incorpora con movimientos cansados y rígidos. Mecánicamente, sus dedos presionan el número 13. El ascensor ruge como un monstruo, y finalmente comienza elevarse. El ascenso se hace interminable y pavoroso en medio del vacío. Seguido del temblor de la llegada, las puertas se abren pesadas, dando paso una oficina luminosa y sumida en el silencio. Hay escritorio vacío, rodeado de paneles y toscos muebles. Sus piernas apenas se sostienen, y avanza apenas, los ojos hipnotizados en la única ventana. Un movimiento a sus espaldas, súbitamente lo inquieta. Con infinito cansancio se da vueltas sobre sus pies, para encontrarse con un espejo en la pared del fondo del ascensor, en el que aparece la insólita imagen de un hombre envejecido, que lo mira aterrorizado.
En su interior habita un niño de unos 7 años, vestido con sólo con short y polera. Sus ojos se pasean escrutando en la oscuridad. Sus manos recorren los muros tocando las filtraciones de agua, los pliegues del cemento, encontrando pequeños insectos. Arrastra los pies al caminar, escuchando a los lejos los ruidos y vibraciones provenientes de lugares que jamás encuentra. Invariablemente termina por llegar a lo que adivina son las puertas metálicas de un ascensor estancado. Espera que su padre, encerrado en la única oficina, termine de trabajar. Tiene el recuerdo remoto de la instrucción de esperarlo hasta que baje. Cuando el cansancio lo vence, el niño se queda quieto, recostado contra las puertas del ascensor. Con los ojos semicerrados, por momentos olvida el Edificio. Al despertar, recupera inmediatamente su única certeza: está esperando a su padre. Transcurre así un largo tiempo, espeso e igual, sin día ni noche. De tanto recorrer los muros, se ha aprendido cada textura y sus dedos dibujan una rutina táctil, que termina por repetir una y otra vez, hasta llegar al hermético ascensor donde se deja caer. De pronto, se abren las puertas y su cuerpo entumecido cae dentro de un espacio iluminado. Las paredes son plateadas y en un panel se ven botones del -7 al 77. Sobresaltado, se incorpora con movimientos cansados y rígidos. Mecánicamente, sus dedos presionan el número 13. El ascensor ruge como un monstruo, y finalmente comienza elevarse. El ascenso se hace interminable y pavoroso en medio del vacío. Seguido del temblor de la llegada, las puertas se abren pesadas, dando paso una oficina luminosa y sumida en el silencio. Hay escritorio vacío, rodeado de paneles y toscos muebles. Sus piernas apenas se sostienen, y avanza apenas, los ojos hipnotizados en la única ventana. Un movimiento a sus espaldas, súbitamente lo inquieta. Con infinito cansancio se da vueltas sobre sus pies, para encontrarse con un espejo en la pared del fondo del ascensor, en el que aparece la insólita imagen de un hombre envejecido, que lo mira aterrorizado.